martes, 12 de junio de 2007

Orientación gastronómica

Una de las obsesiones de la Cultura Occidental durante los últimos doscientos años ha sido el clasificar a las personas según el sexo del individuo con quién deciden tener intercambios eróticos. La sexología, como ciencia, nació ya marcada por esta tendencia. Anteriormente, la moral católica o las morales de la Antigüedad se habían centrado más en la relación de poder entre los participantes.
En Grecia y en Roma la fuente de preocupación era el dominio. Aquellas personas cuyo comportamiento era pasivo eran consideradas inferiores y, por lo tanto, los ciudadanos libres nunca debía mostrarse como tales, mujeres, extranjeros o esclavos eran poco menos que cosas.
Durante la Edad Media la cuestión se centró en el acto. Había actos morales – básicamente uno – y actos inmorales o sodomitas – prácticamente todos – pero las personas no se definían por ser más o menos aficionados a tal o cual práctica.
De hecho, el famoso rey Ricardo Corazón de León tuvo bastantes “afaires” con jovencitos y no tan jovencitos. El famoso episodio de su secuestro por el Emperador de Austria que tan épicamente fue narrado en la película Ivanhoe, no ocurrió por la felonía o la maldad del soberano. En realidad El Emperador sorprendió a Ricardo con su hijo practicando juegos de adultos y los encerró en un mazmorra –separados, claro -, luego pensó en matarlos a los dos, pero después se le ocurrió sacar algún beneficio del prisionero inglés. Nadie calificó a Ricardo de homosexual porqué sencillamente esa palabra no existía.
Durante el siglo XIX, con el desarrollo de la sexología, se le dio una importancia capital al sexo con el que se comparten los intercambios eróticos. Durante este periodo se establecen las categorías heterosexual, homosexual y bisexual.
Con el tiempo esta interpretación del Erotismo fue imponiéndose y en la actualidad es la única forma de analizar las relaciones eróticas entre seres humanos. En cualquier análisis de la sexualidad de una persona, lo primero, es siempre determinar su orientación sexual.
Viene a ser cómo si antes de cualquier entrevista sobre los gustos gastronómicos de una determinada persona, el entrevistador le preguntara sobre su preferencia a la hora de compartir mesa. La respuesta que la mayoría de nosotros daríamos seguramente sería “depende”. Depende del día, depende de la persona, depende del restaurante, depende del ambiente etc. Sin embargo en cuestiones eróticas parece imprescindible decidir, llegada una edad, con cual de los dos géneros deseamos tener los intercambios.
Esta necesidad se origina en nuestra infancia, cuando la educación sexista nos obliga a decantarnos por uno u otro sexo. Los niños pequeños no distinguen tal cosa, sienten igual placer si los acaricia un varón como si los acaricia una mujer. Es más, ni siquiera los adultos son capaces de distinguir entre sexos si tienen los ojos vendados.
Cuando la sexualidad cumplía con la misión de evitar la proliferación descontrolada de la población y los embarazos fuera de la familia, esta estricta distinción entre sexos era positiva - Una distinción obligatoria solamente para las clases bajas y medias, los poderosos han y siguen haciendo lo que les da la gana en este sentido- . Pero actualmente es una solemne estupidez, no necesitamos una división tan clara entre sexos.
Seguramente existen personas a quienes, desde nacimiento, únicamente les atraen los hombres y otras a las que únicamente les atraen las mujeres. El resto de la población, aproximadamente el 80% seguramente nace con la capacidad de entenderse con ambos sexos. Es la cultura quien fuerza las preferencias, por esta razón en la Edad Media y en la Edad Antigua existían muchos más individuos bisexuales.
En mi opinión debemos dejar mucha más libertad a los niños y adolescentes para que decidan sus apetitos eróticos. Primero porqué es justo hacerlo y segundo porque hacer lo contrario es una forma de gastar energías sin sentido.
El erotismo debería depender mucho menos de la “orientación sexual” y mucho más de los gustos y preferencias. Como ocurre en las gastronomía donde disfrutamos del sabor de una comida sin dejarnos influir por el sexo del cocinero.