miércoles, 17 de marzo de 2010

¿Porno para mujeres o porno para personas?

La censura puritana imperante a principios de siglo XX engendró el cine pornográfico. Al prohibir la exhibición de cuerpos, actos u objetos de marcado significado erótico exacerbó el deseo de muchas personas por presenciar dichos actos. Los productores de películas vieron aquí un filón a explotar, la gente quería ver aquello que le ocultaban.
Empezó así una industria clandestina especializada en comercializar filmaciones de algo contenido erótico. Era un gran negocio. Con poco, muy poca inversión, se conseguían pingues beneficios en el mercado clandestino. Los productos eran de mala calidad artística, llegando a veces a ser incluso defectuosos desde el punto de vista técnico.
Los principales consumidores de aquellas filmaciones  -llamarlas películas es demasiado- eran en su mayoría varones. La oferta se ajustó a la demanda y los contenidos estaban de acuerdo con una concepción masculina de la sexualidad. O al menos la concepción de la sexualidad masculina de la época.
En los años setenta del siglo XX el porno salió de la clandestinidad. Durante los ochenta y los noventa se convirtió en una industria legal. El público en general fue accediendo a estas películas impulsado por un espíritu transgresor. Aún la moral era contraria al visionado de tales películas y eso impulsaba el morbo de la gente.
La calidad de las películas continuó, salvo honrosas excepciones, siendo baja y los contenidos acordes con el estereotipo masculino de sexualidad. Pero tuvo un efecto pernicioso añadido: Actuó como refuerzo del estereotipo de tal forma que muchos adolescentes aprendieron y aprenden a desear lo que aparece en los DVD o en los archivos pornográficos.
Ahora el porno ya no es transgresor. A nadie se le censura por mirar este material. Ahora el porno se ha convertido en material educativo, de muy baja calidad, con valores patriarcales muy marcados, en algunos aspectos perjudicial, pero con un destacado papel en la educación de la sexualidad juvenil. Además ha perdido el espíritu festivo que dominaba las películas eróticas durante los años ochenta. Ahora el porno, por desgracia, es material educativo extraescolar.
El porno además se especializó en temáticas. Hay porno gay, porno para lesbianas, porno sadomaso, porno con ancianos, porno con animales etc. Todos ellos, por cierto, bastante más creativos que el porno para heterosexuales, convertido en casi un ritual religioso por rígido y repetitivo.
De entre estas especialidades apareció durante la primera década del siglo XXI el  mal llamado porno para mujeres. Es una nueva concepción donde tan importante como presenciar un coito es la historia que lo envuelve. El cine no X, el de exhibición pública, ha reducido el erotismo a escenas muy rápidas. La historia se come la escena, la acorta, es necesario estar poco rato para continuar la trama. El cine porno normalizado alarga las escenas demasiado, hay muchos planos muy cortos de genitales y las historias son anodinas.
Las mujeres fueron apartadas de la pornografía desde el inicio. Se han incorporado muy recientemente y normalmente a través de sus parejas. Como no habían sido educadas en la visión de escenas tan rígidamente esteriotipadas las encontraron bastas, repetitivas, insulsas y aburridas. Algo similar le puede ocurrir a alguien ante la visión de una danza exótica que repita “in eternum” los mismos movimientos. Había ganas de ver escenas de alto contenido erótico, incluso de presenciar prácticas, pero la forma de presentarlas no las satisfacía.
Muchos hombres, entre los cuales me encuentro, con la edad, fuimos también perdiendo interés por visionar determinado material. Pasado el gusanito de lo trasgresor, cuando ver películas X es ya algo cotidiano, el cuerpo y sobre todo el cerebro te pide algo más.
La aparición de películas diferentes, donde hay una historia, donde los planos de los genitales no duran cinco, diez o más minutos y donde se cuida la estética, llamó la atención de muchas mujeres pero también la de muchos hombres. La inteligencia erótica no depende del sexo, depende de la persona y de su madurez.
Llamar al cine erótico inteligente “porno para mujeres” nos hace un flaco favor a los varones. Porque nos etiqueta como consumidores sin criterio estético, incapaces de apreciar un trabajo bien hecho, con un erotismo basto y poco imaginativo. Y esto no es verdad. Los hombres no somos así. Quizá a una industria acomodada en la producción de basura estética le convenga difundir esta imagen, pero los varones hemos sido capaces de crear joyas de la literatura erótica de un gran nivel.
Ver producciones como las de Erika Lust son una buena forma de educar la vista y el erotismo, de salir del esteriotipo en el que hemos sido educados y de aprender a disfrutar del porno como si de un plato refinado se tratara. Los varones llevamos comiendo alfalfa erótica durante mucho tiempo, ya va siendo hora de probar comidas más elaboradas.
En una palabra las mujeres y también los hombres deben ser tratados como algo más espectadores sin criterio dispuestos a aceptar cualquier cosa mientras salga gente desnuda. Necesitamos un porno para personas.

Si queréis saber más sobre el tema mirad esta entrevista a Erika Lust:

martes, 2 de marzo de 2010

El golfista golfo

De acto inquisitorial se puede calificar lo acaecido estos días con el señor Tiger Woods. Uno puede tener su opinión sobre si faltar al pacto tácito de exclusividad sexual es o no reprobable pero me parece indigno someter a una persona a escarnio público por una falta privada, íntima diría yo, que sólo atañe a él y a su esposa.


Pero la sociedad americana de este principio de siglo XXI parece empeñada en volver al siglo XIX. Y lo hace sin pudor, imponiendo su moral puritana, pacata e hipócrita.

Si entonces eran los poderes públicos quienes se hacían cargo de imponer un orden sexual. Ahora parecen haber tomado el relevo los poderes económicos. El señor Woods ha sido presionado por sus patrocinadores quienes se colocan como jueces que sentencian y ejecutan sin derecho a legítima defensa. Han organizado un espectáculo digno de la más cruel purga estalinista o del auto de fe más deleznable. Sin sangre y sin fuego real, porque virtual lo ha habido y mucho.

Pero los patrocinadores que han presionado a este hombre, además de puritanos son hipócritas ¿Serían capaces de salir en la televisión y jurar delante de sus conciudadanos que sus directivos jamás han acudido a la prostitución? ¿Sería igualmente capaces de asegurar que nunca, pero nuca, han usado la prostitución para agasajar a sus mayores clientes?

Tal como dice el Evangelio: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Y estos, libres de pecado me temo que no lo están.



NOTA: Aquellos interesados en saber hasta qué punto el puritanismo hipócrita domina la vida de los ciudadanos estadounidenses pueden visitar la página del Dr Marty Klein (http://www.sexed.org/). Es en inglés, lo advierto.