domingo, 6 de julio de 2008

El complejo de fulana

En estos tiempos de ahorayonoismo se ha instalado en la mente colectiva un pensamiento según el cual las mujeres son ya totalmente libres a la hora de decidir cuándo y cómo quieren disfrutar del Erotismo.
Programas de televisión donde aparecen presentadoras capaces de hablar del tema sin rubor, la proyección de películas pornográficas con actrices totalmente desinhibidas o la emisión de series televisivas como “Sexo en Nueva York”, nos pueden hacer creer en una total asunción de los valores liberales aparecidos tras la supuesta Revolución Sexual de los años setenta.
Estos espejismos mediáticos no deberían distraer nuestra atención, son parte de la cultura del espectáculo, a veces muy alejada de la realidad. Las presentadoras deben hablar de aquello que aparece en el guión, las actrices porno interpretan un papel y “Sexo en Nueva York” es una serie, en algunos aspectos bastante misógina y contraria a los valores liberales en materia erótica. No hablar de o mostrar determinados comportamientos no hace una sociedad menos restrictiva.
Estudios como el titulado “Ligue heterosexual. Un encuentro entre extraños” (1) o el de Eusebio Megías “Jóvenes y sexo” (2) ponen de manifiesto la plena vigencia de la tradicional forma de clasificar a las mujeres en dos categorías básicas: Las putas y las decentes.
Por otro lado un vistazo a la realidad más cercana nos lleva a corroborar este supuesto. Basta con atender un poco en alguna conversación de bar para darse cuenta de cuantas veces aparece la palabra fulana y sus sinónimos. “Esa es una puta”, “la muy zorra…”, “que guarra es”, “con X lo tienes fácil, es una guarrona” etc.
El discurso políticamente correcto, a veces aceptado por un sector del feminismo, nos fuerza a rehuir esta evidencia. La tendencia a impedir cualquier crítica hacia un comportamiento común en las mujeres, calificando dicha crítica como machismo o misoginia, ocurre cada vez con más frecuencia. A esto se une una victimización de las mujeres como colectivo – insisto en criticar la noción colectiva, desde el punto de vista individual las víctimas son reales – bloquea cualquier estrategia eficaz a la hora de promocionar el cambio de estas costumbres.
Pero como dicen en Galicia “haberlas hailas”. Y el complejo de fulana existe, es común y condiciona mucho la libertad erótica de las mujeres. Por supuesto existen excepciones, aunque estas habitan más en el imaginario colectivo que en la realidad. Un amigo mío dijo una vez una expresión muy afortunada al respecto: “Cada vez que se habla de estos temas todo el mundo tiene amigas libertinas, que casualmente nunca están presentes en la conversación”.
El complejo de fulana afecta a las relaciones eróticas antes, durante y después del intercambio y es especialmente perjudicial cuando se establece un vínculo afectivo.
Antes porqué impide a las mujeres tener la iniciativa, si se acercan a hombre para proponer el juego erótico son calificadas de busconas. Si no ofrecen suficiente resistencia se las tilda de “guarras”. Y si arrepienten a medio camino las llaman “calientapollas”.
Durante el intercambio erótico pedir ciertas coas, por muy apetecibles que para ellas sean, puede acarrearles el epíteto de “ninfómanas”. Nuestra sexualidad continua siendo muy androcéntrica, los deseos femeninos se consideran subalternos y en muchos casos una fuente de disfunciones en el varón. Al calificativo de guarra y de puta puede añadirse ahora el de castradora.
Después del intercambio viene el efecto sobre su reputación. La mujer debe pensar ahora en cómo va a ser considerada no solo por su compañero de juegos eróticos, sino por el resto de su comunidad.
Aquí el límite es totalmente arbitrario. Existe un número de encuentros a partir del cual ya entra en la zona de “facilona”. Un número que debe descubrir a través de su propio escarmiento y del de sus compañeras de género. Así en una ciudad puede muy bien situarse en los veinte y en un pueblo estar alrededor de los diez o muchos menos.
Este margen ya existía en tiempos pretéritos, pero en la actualidad lo hemos mejorado. Ahora hay un margen inferior, un número por debajo del cual se la puede considerar como frígida, monja o mogigata.
Esta injusticia no es producto de miles de años de evolución, como ciertos intelectuales quieren hacernos bien. No se origina en la llamada “inversión parental”, una teoría aceptable para ciertas especies animales que ha sido extrapolada a la humanidad con intenciones claramente políticas.
Según esta teoría nuestro erotismo tiene una única finalidad: Promocionar la reproducción. En este juego por hacer más seres humanos los machos invertirían mucha menos energía que las hembras. Un macho puede fecundar a miles de hembras, mientras que una hembra puede recibir esperma de pocos machos. Sólo puede quedarse embarazada de uno solo a la vez y queda inhabilitada para tener más hijos durante al menos dos años por la acción anticonceptiva de la lactancia.
La mujer, además, necesita de la ayuda de un hombre capaz de conseguir recursos para la cría del niño. Esto las hace aun más selectivas y por esta razón tienden menos a la promiscuidad que los hombres.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado. Porque esto es un cuento, un mito, una forma de justificar la discriminación sexual. Pasó con los esclavos y las razas no europeas, para justificar el comercio de las personas y el racismo se inventaron teorías pseudocientíficas basadas en la selección adecuada de los datos.
El complejo de fulana es fruto de una gran injusticia. Se origina en la más tierna infancia mediante la educación sexista. Durante la adolescencia, aparece de forma nítida y clara la figura de la “guarra”, hasta entonces se había hablado de chicas malas, de cosas que no se hacen, con los niños no se habla de Erotismo.
El entorno social de la mujer se asegura de reforzar el complejo día a día. Y, lamentablemente son las propias féminas quienes más colaboran a este estado de cosas. Desde el día en que sale por primera vez a “ligar” hasta el momento de su muerte penderá sobre ella la espada de Damocles por muy moderna y muy liberada que ella se sienta.
Es un complejo muy fuerte y con un gran poder sobre el comportamiento erótico de las mujeres. Pero no es invencible, como todos los complejos se puede superar. En el próximo post propondré algunas estrategias para conseguirlo.

Pons, Ignaci etal El ligue heterosexual: Un encuentro entre extraños. Sexualidades. Edicions Bellaterra. Barcelona 2003.
Megías, Ignacio. Jóvenes y sexo. El estereotipo que obliga y el rito que identifica. FAD. Madrid 2005. Puede encontrarse en la web de la Federación de Ayuda contra la Drogadicción.