jueves, 30 de agosto de 2007

Mirando sin tocar

En lo que respecta al Erotismo nuestra situación se parece mucho a la de la posguerra. Comemos en casa, bueno las mujeres porqué los hombres van frecuentemente a “restaurantes” y lo que comemos no es nada variado.
Sin embargo existe una enorme difusión del erotismo audiovisual. Por todas partes vemos modelos insinuantes – muchas más chicas que chicos – incitándonos a comprar. Los kioscos están repletos de cómics y revistas supuestamente eróticas. En la tele y en la radio abundan programas dedicados a “hablar de sexo”. Y en Internet se practica el “cibererotismo”.
Esta preponderancia del “ver y oír, pero no tocar” tiene su origen en los años ochenta, cuando la involución conservadora volvió a poner de moda los antiguos valores. Una labor a la cual contribuyó de forma decisiva la irrupción del SIDA y retahíla de muertes de abanderados de la liberación sexual.
Desde entonces vivimos igual que niños de casa humilde frente a una pastelería durante los años cuarenta. Vemos los pasteles pero no podemos soñar ni siquiera en tocarlos. Uno ojea una revista y ve mujeres espectaculares que nunca estarán a nuestro alcance. Lo mismo ocurre con las revistas “para mujeres”, con un agravante: A ellas, además de mostrarles reclamos eróticos imposibles les presentan modelos de belleza inalcanzables con los que compararse continuamente.
Sin embargo últimamente la cosa ha empeorado. Las fotos supuestamente eróticas son cada vez más irreales. Las y los modelos se asemejan cada vez más a los maniquíes de plástico de los escaparates.
Además de la naturaleza artificial de esas imágenes domina un trascendentalismo y una seriedad que roza, con perdón, “la mala leche”. Parece que uno de los requisitos para ser modelo es estar permanentemente cabreada. Las sonrisas no deben ser “fashion”. Esta obsesión por la seriedad y el trascendentalismo casi místico ha llegado incluso al mundo del porno. Las películas de este género tenían en los años noventa un componente festivo que ahora se ha sustituido por un ceremonial casi religioso.
Resulta que el contenido del escaparate es de plástico, más falso que una falsa moneda y además ni siquiera divierte. Es como esas cartas con fotos de los platos que nos dan en los restaurantes chinos, todo parecido con la realidad es pura coincidencia. Gracias a Dios.
No hay ningún problema en contemplar escenas eróticas, ni en mostrarse más o menos sexi. El problema surge cuando esto es lo único a que se puede aspirar cuando uno busca cierta variedad y cuando la alternativa es comer siempre lo mismo y en el mismo sitio.