martes, 18 de diciembre de 2007

Recomendar un libro

Hace unos días llegó a mis manos el libro de la psicoterapeuta Esther Perel titulado “Inteligencia Erótica”. Confieso mis prejuicios antes de leerlo; “Debe ser un sucedáneo mas de Inteligencia Emocional”, pensé. Un rollo de esos que escriben los yakies y que dan una vuelta retórica para seguir aconsejando lo mismo de siempre.
Sin embargo este libro es decididamente distinto. No es el típico libro de sexo donde se mezclan nociones de ginecología, con avisos sobre los riegos y algún que otro consejo sobre lo perjudicial que pueden ser las relaciones sin amor.
Es un libro desmitificador, que no pretende establecer un modelo de pareja por encima de los otros. No estigmatiza ninguna práctica y aconseja la experimentación, dando aNegrital erotismo un enfoque lúdico y poco trascendente.
Tal y como está la literatura sobre el tema, este trabajo es una bocanada de aire fresco. No estoy totalmente de acuerdo con ella y quizá insista demasiado en la necesidad de activar la pasión dentro de la pareja, pero vale la pena leerlo.

Perel, Esther. Inteligencia Erótica. Temas de Hoy.

martes, 16 de octubre de 2007

Yo no lo necesito

La creatividad erótica no es precisamente uno de los puntos fuertes de la Sociedad Occidental de principios del siglo XXI. La mayoría de las personas adolecen de una visión demasiado simplista cuya consecuencia es una sexualidad orientada al coito. Esta técnica viene a ser lo que en tiempos fue la “postura del misionero”. Si a finales del siglo XIX los “civilizadores occidentales” coaccionaban a los nativos para que adoptaran posturas “decentes” a la hora de tener relaciones con sus esposas, ahora la mayoría de manuales de sexualidad, si bien no amenazan con grandes castigos en los infiernos, si dan una excesivo protagonismo al coito y sus posturas. Pero el coito es un aspecto más del Erotismo, una técnica entre muchas otras. Si reducimos todo a un acto más o menos gimnástico, donde lo único importante es conseguir una determinada postura y batir un record de tiempo, no es de extrañar que tras los primeros momentos de excitación por la novedad, las relaciones eróticas se vuelvan rutinarias e incluso aburridas. Muchas personas caen en esta rutina y buscan una explicación. El discurso actual sobre las relaciones sexuales no ayuda mucho, según este la rutina es un síntoma de mal funcionamiento en la pareja o, peor aún, una prueba de que la relación de pareja puede estar llegando a su fin. Hemos sobrevalorado la pasión. En nuestra concepción del Erotismo y también del amor, es un elemento clave, imprescindible. No reponemos en que la pasión es un sentimiento irracional, una obsesión cuyo objeto puede ser la mujer amada, el fútbol o el desarrollo de un nuevo prototipo de avión. El problema no está en valorar la pasión como un elemento del intercambio erótico, sino en considerarla como factor determinante y definitorio. Si no hay pasión no hay Erotismo, ni tampoco amor. Pero la pasión es pasajera, tarde o temprano esos intensos sentimientos se transforman en tranquila afectividad. Algo del todo necesario y conveniente, porqué no podríamos aguantar en ese estado toda la vida. Al desaparecer la pasión se establece la rutina. Cae nuestro velo de ignorancia y nuestra concepción del Erotismo queda desnuda los ojos. Lo anteriormente mágico se muestra ahora mecánico y aburrido. Esto se vive como gran ansiedad. Se inicia entonces la busca remedios contra un supuesto “trastorno del deseo inhibido”, se recurre a la viagra y o se compra algún tipo de afrodisíaco. Pero el problema continúa porqué la causa no era física.Cuando uno, en su absoluta candidez, se atreve a sugerir que quizá si introdujeran algo de juego sus relaciones mejorarían, normalmente recibe como respuesta: Yo no necesito esas cosas o antes no necesitábamos recurrir a eso. Claro, antes se encontraban obnubilados por la pasión. No necesitaban comunicarse, todo ocurría como en teoría debía ocurrir y punto.
Por esta razón, cuando se les recomienda el juego se sienten amenazados. El juego requiere de comunicación. Hasta un niño pequeño se da cuenta de que es imposible jugar con otros niños si no se ponen de acuerdo en las reglas. Pero nuestro ideal de relación nos inclina a pensar que podemos prescindir de este “pequeño detalle”. Si la relación es auténtica el instinto o la Naturaleza nos guiará de forma mágica hacia el placer, no necesitamos ponernos de acuerdo. Este ideal está detrás de muchas frustraciones en materia erótica porque bloquea la imaginación y la fantasía. Muchas personas esperan que su pareja los satisfaga sin ni tan siquiera comunicarle sus gustos y preferencias. Es como ir a un restaurante, no decir nada y luego cabrearse porqué el camarero nos ha servido pescado, cuando a nosotros no nos gusta el pescado. Nadie en sus cabales puede pretender que su pareja adivine por si sola si le gusta el marisco o si prefiere la carne. Simplemente se lo comunica y punto, ni se la pasa por la cabeza la existencia de algún “instinto gastronómico” que pueda indicarle cuales son sus gustos. Tampoco la mirará como un monstruo degenerado si un día le pone más perejil al conejo o si prueba una receta nueva.Es más, si algo se promociona desde todos los ámbitos de la sociedad es la experimentación en la cocina. Abundan los programas donde se enseñan técnicas, se dan sugerencias y se educa el gusto. Nadie habla de dejar libre el instinto o de una forma “natural” de ingerir los alimentos. Bueno, algunos plastas si nos dan la vara con eso, pero incluso ellos han elaborado formas refinadas de cocer o de cortar los ingredientes. El Erotismo ha sido vilipendiado durante siglos. Hace no menos de 200 años se llegó a creer que únicamente los hombres y las mujeres enfermas eran capaces de disfrutar de él. No es de extrañar que no hayamos desarrollado una cultura sobre este particular.
Quizá si necesitemos cambiar nuestra mentalidad, comenzar poner a la pasión en su lugar y tener una visión más lúdica del Erotismo. En una palabra: Empezar a cocinar nuestros intercambios eróticos.

jueves, 30 de agosto de 2007

Mirando sin tocar

En lo que respecta al Erotismo nuestra situación se parece mucho a la de la posguerra. Comemos en casa, bueno las mujeres porqué los hombres van frecuentemente a “restaurantes” y lo que comemos no es nada variado.
Sin embargo existe una enorme difusión del erotismo audiovisual. Por todas partes vemos modelos insinuantes – muchas más chicas que chicos – incitándonos a comprar. Los kioscos están repletos de cómics y revistas supuestamente eróticas. En la tele y en la radio abundan programas dedicados a “hablar de sexo”. Y en Internet se practica el “cibererotismo”.
Esta preponderancia del “ver y oír, pero no tocar” tiene su origen en los años ochenta, cuando la involución conservadora volvió a poner de moda los antiguos valores. Una labor a la cual contribuyó de forma decisiva la irrupción del SIDA y retahíla de muertes de abanderados de la liberación sexual.
Desde entonces vivimos igual que niños de casa humilde frente a una pastelería durante los años cuarenta. Vemos los pasteles pero no podemos soñar ni siquiera en tocarlos. Uno ojea una revista y ve mujeres espectaculares que nunca estarán a nuestro alcance. Lo mismo ocurre con las revistas “para mujeres”, con un agravante: A ellas, además de mostrarles reclamos eróticos imposibles les presentan modelos de belleza inalcanzables con los que compararse continuamente.
Sin embargo últimamente la cosa ha empeorado. Las fotos supuestamente eróticas son cada vez más irreales. Las y los modelos se asemejan cada vez más a los maniquíes de plástico de los escaparates.
Además de la naturaleza artificial de esas imágenes domina un trascendentalismo y una seriedad que roza, con perdón, “la mala leche”. Parece que uno de los requisitos para ser modelo es estar permanentemente cabreada. Las sonrisas no deben ser “fashion”. Esta obsesión por la seriedad y el trascendentalismo casi místico ha llegado incluso al mundo del porno. Las películas de este género tenían en los años noventa un componente festivo que ahora se ha sustituido por un ceremonial casi religioso.
Resulta que el contenido del escaparate es de plástico, más falso que una falsa moneda y además ni siquiera divierte. Es como esas cartas con fotos de los platos que nos dan en los restaurantes chinos, todo parecido con la realidad es pura coincidencia. Gracias a Dios.
No hay ningún problema en contemplar escenas eróticas, ni en mostrarse más o menos sexi. El problema surge cuando esto es lo único a que se puede aspirar cuando uno busca cierta variedad y cuando la alternativa es comer siempre lo mismo y en el mismo sitio.

sábado, 21 de julio de 2007

No con mi hija

Hemos hecho una revolución sexual, las leyes igualan en derechos hombres y mujeres, hablamos de erotismo a todas horas - eso si, del dicho al hecho hay bastante trecho -, admitimos las relaciones prematrimoniales, pero ..... " no con mi hija".
Cuando a un padre o a una madre se le expone la posibilidad, por remota que sea, de que su hija - insisto en decir hija, porqué en el caso de los varones el tratamiento muy diferente - pueda incluso pensar en tener relaciones eróticas, entra en un estado de ansidad peligroso para su salud.
Si los progenitores son de ideología conservadora acostumbran a liberar sus nervios y niegan, a veces a gritos, que su hija sea capaz de hacer tales cosas. Sin son o se consideran progres optan por reprimir ese sufrimiento - lo que no es nada bueno - y exponen todo tipo de argumentos más o menos paliativos. "Bueno, cuando esté preparada no me opondré" (como si pudieras hacer algo para oponerte), "le hemos dado toda la información y no creemos que vaya a cometir ninguna locura" etc.
Detrás de esta actitud se esconde ese tan ibérico fantasma de la "deshonra". No se trata del normal sufrimiento que todo padre siente cuando su hijo empieza a hacerse mayor. Si fuera así adoptarían la misma actitud cuando se tratara de chicos y no la contraria. Porqué cuando una madre o un padre encuentra un condón en los tejanos de su hijo varón se hincha de orgullo, pero cuando lo encuentra en los de su hija se llena de preocupación.
Si fuera el temor a los peligros de la noche el que impulsara a los padres a tener esa actitud preventiva, la postura más inteligente sería decirle a la chica en cuestión: "Traete tus ligues a casa que así, si necesitas ayuda, nosotros podremos ayudarte". Pero no, vale más mantener la honra de la familia que el bienestar de los hijos.
Porqué los hijos (varones o mujeres) van a mantener intercambios eróticos les guste o no a sus padres. Y los van a tener de forma furtiva, en un coche o en un descampado, deprisa y corriendo, sin poder planificarlos, de cualquier manera.Así va a ser muy difícil mejorar la calidad de las relaciones eróticas. Si los adolescentes y sobretodo las adolescentes tienen que esconderse del pudor de sus padres con el único propósito de mantener las apariencias.
Cuando se trata este tema siempre aparece el comentario siguiente: "Bueno, esto era antes. Ahora tienen mucha más libertad" o en su defecto: "La cosa está cambiando mucho". Pero a uno le viene a la cabeza la siguiente pregunta: "¿Qué libertad tiene una persona que debe permanecer en casa de sus padres hasta los treinta o treintaicinco años por falta de acceso a la vivienda?" y "¿ a que ritmo están cambiando las cosas cuando la mayoría de los padres se niegan a pensar que sus hijas practican intercambios eróticos de todo tipo?".
Esta actitud es un residuo de la concepción reproductiva y sexista del Erotismo. Una concepción ya superada por la Historia pero que aun continua imponiéndose. Y su predominancia es más fuerte en aquellos países, como España, donde las mujeres continúan sujetas al modelo patriarcal por falta de instituciones sociales capaces de garantizar su independencia económica.Las costumbres no cambian porque sí. Es necesario acompañar las ideas de hechos. Como decía Betty Freeman: "Si no hay guarderías, lo demás es palabrería".

martes, 12 de junio de 2007

Orientación gastronómica

Una de las obsesiones de la Cultura Occidental durante los últimos doscientos años ha sido el clasificar a las personas según el sexo del individuo con quién deciden tener intercambios eróticos. La sexología, como ciencia, nació ya marcada por esta tendencia. Anteriormente, la moral católica o las morales de la Antigüedad se habían centrado más en la relación de poder entre los participantes.
En Grecia y en Roma la fuente de preocupación era el dominio. Aquellas personas cuyo comportamiento era pasivo eran consideradas inferiores y, por lo tanto, los ciudadanos libres nunca debía mostrarse como tales, mujeres, extranjeros o esclavos eran poco menos que cosas.
Durante la Edad Media la cuestión se centró en el acto. Había actos morales – básicamente uno – y actos inmorales o sodomitas – prácticamente todos – pero las personas no se definían por ser más o menos aficionados a tal o cual práctica.
De hecho, el famoso rey Ricardo Corazón de León tuvo bastantes “afaires” con jovencitos y no tan jovencitos. El famoso episodio de su secuestro por el Emperador de Austria que tan épicamente fue narrado en la película Ivanhoe, no ocurrió por la felonía o la maldad del soberano. En realidad El Emperador sorprendió a Ricardo con su hijo practicando juegos de adultos y los encerró en un mazmorra –separados, claro -, luego pensó en matarlos a los dos, pero después se le ocurrió sacar algún beneficio del prisionero inglés. Nadie calificó a Ricardo de homosexual porqué sencillamente esa palabra no existía.
Durante el siglo XIX, con el desarrollo de la sexología, se le dio una importancia capital al sexo con el que se comparten los intercambios eróticos. Durante este periodo se establecen las categorías heterosexual, homosexual y bisexual.
Con el tiempo esta interpretación del Erotismo fue imponiéndose y en la actualidad es la única forma de analizar las relaciones eróticas entre seres humanos. En cualquier análisis de la sexualidad de una persona, lo primero, es siempre determinar su orientación sexual.
Viene a ser cómo si antes de cualquier entrevista sobre los gustos gastronómicos de una determinada persona, el entrevistador le preguntara sobre su preferencia a la hora de compartir mesa. La respuesta que la mayoría de nosotros daríamos seguramente sería “depende”. Depende del día, depende de la persona, depende del restaurante, depende del ambiente etc. Sin embargo en cuestiones eróticas parece imprescindible decidir, llegada una edad, con cual de los dos géneros deseamos tener los intercambios.
Esta necesidad se origina en nuestra infancia, cuando la educación sexista nos obliga a decantarnos por uno u otro sexo. Los niños pequeños no distinguen tal cosa, sienten igual placer si los acaricia un varón como si los acaricia una mujer. Es más, ni siquiera los adultos son capaces de distinguir entre sexos si tienen los ojos vendados.
Cuando la sexualidad cumplía con la misión de evitar la proliferación descontrolada de la población y los embarazos fuera de la familia, esta estricta distinción entre sexos era positiva - Una distinción obligatoria solamente para las clases bajas y medias, los poderosos han y siguen haciendo lo que les da la gana en este sentido- . Pero actualmente es una solemne estupidez, no necesitamos una división tan clara entre sexos.
Seguramente existen personas a quienes, desde nacimiento, únicamente les atraen los hombres y otras a las que únicamente les atraen las mujeres. El resto de la población, aproximadamente el 80% seguramente nace con la capacidad de entenderse con ambos sexos. Es la cultura quien fuerza las preferencias, por esta razón en la Edad Media y en la Edad Antigua existían muchos más individuos bisexuales.
En mi opinión debemos dejar mucha más libertad a los niños y adolescentes para que decidan sus apetitos eróticos. Primero porqué es justo hacerlo y segundo porque hacer lo contrario es una forma de gastar energías sin sentido.
El erotismo debería depender mucho menos de la “orientación sexual” y mucho más de los gustos y preferencias. Como ocurre en las gastronomía donde disfrutamos del sabor de una comida sin dejarnos influir por el sexo del cocinero.

domingo, 20 de mayo de 2007

No desearás la cocina del prójimo

Todo aquel que tenga un mínimo de cultura sabe que Charlton Heston subió al monte Sinaí y recibió las tablas de la ley del mismísimo Dios. Viendo al resultado a uno se le antoja que la conversación debió ir más o menos así:
Oh señor te ruego nos des una guía para mejor servirte.
¿Y no os podéis espabilar solitos?
Señor, si ti no somos nada.
Ah sí, pues os vais a enterar.
Fue entonces cuando el “Señor”, ante la pesadez de aquel hombre, decidió incluir dos reglas simplemente por fastidiar: “No cometerás actos impuros” y “no codiciarás la mujer del prójimo”.
Con estas dos sentencias se inauguró un largo periodo de persecución de los placeres eróticos. Los hombres continuaron cometiendo actos impuros y asaltando la mujer del prójimo en cuanto podían – en esa época la voluntad de la mujer era ignorada, se la asemejaba a la de un animal, muy bonito, pero un animal – pero, eso sí, con culpa y arrepentimiento.
De este pueblo, el judío, nos viene a nosotros la manía de convertir nuestras parejas en sospechosas a todas horas y a nosotros en auténticos policías eróticos. En lugar de disfrutar todos de las delicias del erotismo, nos dedicamos a vigilar posibles infidelidades, poniendo por delante impedir el disfrute del otro que el conseguir el propio.
Detrás de estas normas no había un dios cabreado y sádico -antes estaba haciendo una broma, por si no lo habéis notado – si no la necesidad de afianzar el poder patriarcal. Si algo no puede soportar un patriarca – en la palestina bíblica o en la España de la posmodernidad – es criar un hijo que no sea de su sangre. La madre está segura - nueve meses de gestación y los dolores del parto dan un cierto grado de conocimiento en esta materia-, pero el padre no puede estarlo nunca. Por esta razón se inventó todo ese rollo del adulterio. Es un pacto entre los varones, algo así como lo del chiste del punki y el dentista (no nos vamos a hacer daño).
Pero con la anticoncepción todo esto ha quedado anticuado. La fidelidad, o mejor dicho la exclusividad erótica, es una reliquia del pasado. Una reliquia que únicamente sirve para hacer infelices a mucha gente. ¿O es que encontraríamos razonable una norma según la cual, después de compartir la comida con una persona se nos considerara poco menos que alimañas si aceptáramos ir a comer a casa del vecino?
“No codiciarás la cocina del prójimo” podría ser esta mandamiento. Cruel donde los haya porqué deberíamos renunciar a experiencias muy agradables sin ningún tipo de justificación utilitaria, solamente porqué un día, a un dios cruel, se le ocurrió torturarnos con esta orden.

Comida y afectos

Actualmente se enseña sexualidad en las escuelas bajo el título de “educación afectivo-sexual”. Un título curioso donde los haya, porqué no existe nada similar respecto a otros aspectos de la vida. Por ejemplo: No se incluye en el programa una asignatura dedicada a los aspectos “afectivo-deportivos”, “afectivo-éticos”, “afectivo-históricos” o “afectivo-gastronómicos”.
El título de la asignatura nos da pistas sobre su contenido. A uno le da la impresión que se pretende formar a los alumnos en el arte de esperar muchísimo del sexo, muchísimo más de lo que este puede dar.
Esta manía de ligar erotismo y sentimientos de apego – porqué sentimientos hay de muchos tipos y ninguna actividad humana se ve libre de ellos – es una forma de promocionar una concepción ya superada. Superada por la tecnología reproductiva.
Antiguamente era muy importante crear lazos afectivos de apego entre dos personas de sexos diferentes porqué de su intercambio erótico podía nacer un niño. Y, como viene sucediendo hasta nuestros días, los niños son responsabilidad de los progenitores. Era pues una buena idea que sintieran cierto aprecio el uno por la otra. Bueno, en realidad se buscaba aprecio por parte de los hombres y sumisión dependiente por parte de las mujeres. Era una concepción sexista y androcéntrica, no debemos olvidalro.
Una vez desvinculado el erotismo de la reproducción, continuar insistiendo en esto es algo tan estúpido como reivindicar el mantenimiento de los lazos afectivos surgidos tras compartir un buen entrecot o una buena caldereta de pescado. El amor y el apego pueden surgir tras un intercambio erótico – yo diría tras varios-, como también puede surgir tras una buena conversación o por el contacto día a día.
Los adolescentes empiezan a tener sus primeros intercambios eróticos pensando en que necesariamente deben llevarlos a una relación amorosa. Bueno, aquí debería puntualizar: Las adolescentes son quienes confían en esto, los adolescentes buscan simplemente añadir muescas a su cinturón.
Educar a todos en esta concepción del erotismo a todos los adolescentes ya sería un grabe error y una fuente de frustración. Pero hacerlo, como se hace de forma diferente en función del género, es una monstruosidad. A los varones se les enseña a cambiar afecto por erotismo y las mujeres a cambiar erotismo por afecto. El resultado no puede ser otro que el desastre. Al final, con este programa educativo sólo se consigue mantener una relación de poder donde las mujeres salen siempre perdiendo.
Sería mucho más sencillo explicar a las nuevas generaciones que el Erotismo no da para más y que si quieren buscar apego deben explorar otras vías. Efectivamente el Erotismo no da para más, pero da para mucho. Se pueden pasar momentos maravillosos y se puede disfrutar en gran medida, como lo hacemos cuando degustamos un plato excelente. También se pueden tener malas experiencias, al igual que en la cocina.
Pero las experiencias eróticas, agradables o desagradables, no pueden condicionar nuestra vida. No podemos educar a los chicos en la búsqueda de una especie de Santo Grial y luego exclamarnos porque se frustran. Si les decimos que la primera experiencia erótica – táctil, porqué visual y auditiva ya la habrán tenido antes – será algo maravilloso que les llevará a establecer una relación indestructible para toda la vida, estamos poniendo las bases de una neurosis.
Por mucho que se empeñe el sistema educativo en conseguir que los adolescentes busque relaciones afectivo-sexuales, la realidad se impone tarde o temprano. Las relaciones eróticas son tan afectivas como lo son las gastronómicas, las laborales o las terapéuticas. La afectividad hacia una persona puede convertirse en amor – o no – pero no depende para nada de que haya nacido de una relación erótica. Esto, no sólo no se explica, sino que se da el argumento contrario. Un argumento que los medios de comunicación amplían y refuerzan continuamente.
Si un día una adolescente nos manifestara su frustración porqué una cena no se ha convertido en una relación amorosa, sin duda lo intentaríamos convencer de su error. Y no nos pasaría por la cabeza culpar a la otra persona de este problema. Sin embargo, cuando se trata de relaciones eróticas, además compadecernos de la persona la incitamos a despreciar a la otra y buscar el “verdadero amor”, a través de ser mucho más restrictiva. Así reforzamos la concepción mágica del erotismo y ponemos las bases de una frustración aun mayor.
No son las ganas de experimentar los adolescentes ni las consecuencias de la revolución sexual, el aumento de experiencias frustrantes entre los miembros de este colectivo, y de otros. Son los residuos de la antigua concepción de la sexualidad y su utilización puramente comercial los que están generando el nuevo “malestar erótico”.

jueves, 3 de mayo de 2007

Ni ayuno ni alimentación forzada

El ayuno, sea este forzoso o voluntario, es siempre un experiencia desagradable. Tanto si lo hacemos por cuestiones médicas, religiosas o políticas requiere un esfuerzo y, muchas veces pasarlo realmente mal.
Verse obligado a comer, cuando uno no tiene ganas, por quedar bien, es también una forma de pasar un mal rato.
Últimamente, en materia de Erotismo, hemos asistido a una oscilación pendular entre ambos extremos. A principios de los cincuenta se recomendaba el ayuno más estricto y los escarceos eróticos aceptables eran tan sólo aquellos que se daban con finalidades reproductoras. Muchas personas se lo saltaban pero esto les producía terribles problemas de conciencia, se sentían sucios y bajos, lo vivían como un vicio rastrero.
La llamada “Revolución Sexual” intentó liberar a las personas de este sentimiento de culpa, introduciendo el concepto de Erotismo lúdico. Se hizo hincapié en considerar las relaciones eróticas como un juego entre adultos consetidores, dejando atrás la concepción sagrada y muchos de los tabúes imperantes hasta entonces.
Durante este periodo y como subproducto de ese tiempo de cambios en las costumbres, empezó a aparecer el concepto “liberarse”. Esta era una actitud mediante la cual una persona, sobretodo mujer, se esforzaba para superar sus bloqueos y así conseguía disfrutar libremente de su sexualidad.
Pero lo que debía ser un razonamiento, una persuasión se convirtió en algo impuesto. Algunas mujeres se vieron forzadas, de forma indirecta, a realizar un determinado tipo de prácticas sin que les apeteciera, simplemente para parecer más progres. Todos los cambios revolucionarios tienen sus injusticias y esta fue una de ellas.
Sin embargo lo peor estaba por venir. Con la consolidación de los avances en permisividad se fue forjando una idea perversa de la “libertad erótica”. De prohibir todo tipo de intercambio y de considerar el Erotismo como un desagradable trámite por el que hombres y mujeres debían pasar para tener hijos, se pasó a considerarlo el “pegamento mágico” de la pareja.
Por todo el mundo, psicólogos, psiquiatras, sexólogos y terapeutas empezaron a promocionar el erotismo como “terapia para parejas”. Pasamos así de recomendar el ayuno para preservar el vínculo a casi recomendar la alimentación forzada con igual propósito.
Actualmente se promociona una especie de “sobrealimentación”. Se nos dice continuamente que para un buen funcionamiento de la pareja es imprescindible tenerla “bien harta de sexo” y convertirnos en unos buenos atletas sexuales siempre en disposición no sólo de satisfacer sino de estimular sus deseos.
Extraña libertad es esta que nos obliga a comer cuando no tenemos hambre simplemente para seguir una superstición, aquella que considera el sexo como la única forma de mantener el vínculo dentro de la pareja. No es de extrañar que pensando de esta manera, cuando uno de los dos no quiera o no desee más intercambio, pensemos en que la pareja se distancia y corramos al psicólogo para hacer terapia. O, directamente busquemos otra pareja.
Si a esto le añadimos una dieta monótona y obsesiva, donde el coito es el objetivo final de todos los encuentros eróticos, uno llega a pensar que era mejor la anterior situación en la que una pareja, llegado un día, simplemente perdía el apetito pero conservaba el cariño y la complicidad.
Pero volver a la situación anterior tampoco es un buen remedio. En mi modesta opinión deberíamos poder comer cuando nos apeteciera y en el restaurante y con las personas que quisiéramos. Ni forzar, ni tampoco prohibir, buscar la compañía, la complicidad, el cariño y el amor en otros aspectos de la persona, dejando los apetitos eróticos en el lugar que les corresponde. Sin sacralizarlos.

domingo, 22 de abril de 2007

Fast food

Un año más el informe durex ha vuelto a contabilizar el número de coitos per cápita en cada uno de los países del mundo. Una inteligente estrategia comercial que no debería ser tomada en serio y, mucho menos, valorada como una forma de valorar la sexualidad.
Siguiendo mi símil entre la cocina y el erotismo este informe podría equipararse al de empresas como Mac Donals o Burguer King sobre sus ventas de hamburguesas. Seguramente deben producir un gran placer a los directivos porque representan beneficios, pero causan un gran malestar a los expertos en nutrición y dietética.
A mi me produce un sensación similar ver como se reduce el erotismo a una sola práctica y solamente se contabilizan los coitos, sin prestar la más mínima atención a técnicas igual o más placenteras.
Pero no este el único aspecto preocupante de este tipo de publicaciones. De la presentación de los datos parece deducirse la intención de establecer una competencia entre países para ver quien tiene más coitos y durante más tiempo. Parece uno de esos concursos de zampadores de alitas de pollo o salchichas de frankfurt.
En una palabra el informe Durex es una forma de promocionar el fast food erótico, en detrimento de elaborar experiencias más refinadas y creativas. Sustituye el estofado que puede estar cociendo durante horas y que requiere una lenta degustación, por un bocata rápido y poco elaborado.

jueves, 19 de abril de 2007

Aprender a cocinar

Todos, en mayor o menor medida, sabemos cocinar. Algunos no somos incapaces de ir más allá de una tortilla más o menos lograda y otros consiguen éxitos realmente importantes. Pero todos hemos tenido que aprender observando y colaborando con otras personas.
Sin embargo en materia erótica está muy mal visto tanto aprender como enseñar. Por alguna razón difícil de entender sentimos verdadera aversión por aquellas relaciones eróticas donde existe una marcada diferencia entre las edades de los participantes.
Nuestros adolescentes deben aprender el arte del placer o bien por “ciencia infusa” o bien a través de los libros.
¿qué resultados culinarios obtendríamos de los grandes chefs si hubiesen aprendido su oficio mirando ilustraciones o recurriendo únicamente a la intuición? A nadie se le ocurre recomendar a Miguelín, un chico de diez y seis años que se ponga a experimentar en la cocina junto con su compañero de instituto. Y mucho menos pegarle una bronca por ir a aprender a cocinar con la tía Mercedes que tiene un restaurante.
Pero en cuestiones de erotismo insistimos en concebir las relaciones entre adolescentes y personas mayores como perversas, malsanas y perjudiciales. Esto seguramente es un residuo de la concepción reproductiva del arte erótico, los matrimonios donde uno de los cónyuges tiene una edad avanzada dan pocos hijos y su crianza es problemática – viudedades prematuras, padres demasiado mayores, etc. - Si no vamos a formar una familia, ¿para qué queremos relaciones eróticas.
Con este panorama no es de extrañar el poco nivel de creatividad erótica de la sociedad. Los chicos no pueden aprender de los mayores y así se perpetúa el modelo monocorde de relaciones eróticas.
Debo además hacer notar un hecho realmente destacable. Existe una relación inversa entre la educación gastronómica y la educación erótica por lo que respecta al género. Se pone un énfasis especial en enseñar a cocina a las mujeres mientras los hombres acceden a este mundo de forma voluntaria. Existen muchos varones aficionados a cocinar, pero no lo son por obligación, ni tampoco han sido impelidos a serlo.
Pero en materia erótica la situación es inversa. Los varones, aunque de forma indirecta, son estimulados a aprender y a practicar al menos las formas más convencionales de erotismo. Por el contrario, las mujeres son mantenidas en un estado de ignorancia lo más completo posible. Una desinformación antes conseguida mediante la coacción directa – se les prohibía adquirir cualquier conocimiento sobre el tema – y ahora lograda gracias a la promoción de sentimientos vinculadores del erotismo con experiencias románticas, cuando no directamente dependientes.
Con esta asimétrica forma de educar se consigue la perpetuación del sistema de dominación masculina y se salva la concepción reproductiva de la sexualidad. Con mujeres menos expertas, los varones pueden ejercer de pigmaliones y establecer una relación de superioridad respecto a ellas. Además así se asegura la generación de un número máximo de retoños.
Aquí podríamos encontrar el porqué de esta persecución mediática contra aquellas mujeres de las que se conoce relaciones con varones más jóvenes. Si el erotismo debe llevar a la reproducción, la menopausia se contempla como una etapa de finalización de la actividad erótica. Por lo tanto, desde este punto de vista, las relaciones entre un hombre joven y una mujer madura son inútiles. Más aun, si la mujer siente deseo de tal intercambio debe estar enferma o ser una viciosa y, por lo tanto, sujeto de todo tipo de humillaciones.
Esto choca con nuestra actual forma de vida, basada o supuestamente basada en valores de libertad e igualdad y en un sistema social que necesita el trabajo femenino. Pero una idea puede perdurar en la cultura incluso cuando deja de ser necesaria para el normal funcionamiento de la sociedad.

sábado, 7 de abril de 2007

Si el erotismo es gastronomía, ¿cómo es nuestra dieta?

Un Erodietólogo - profesión inexistente pero muy necesaria - calificaría nuestra erodieta como disociada y monótona. Si bien ha habido una cierta liberación del gusto desde los años sesenta, esta no se ha concretado en un aumento significativo de la diversidad, al menos desde un punto de vista práctico.
Tras la caída del modelo reproductor, según el cual sólo era lícito el intercambio erótico para tener hijos, se nos ha abierto un universo de posibilidades. Sin embargo continuamos centrados en poner el coito como único objetivo, convirtiendo así un medio para lograr el placer en un fin en si mismo.
Las otras prácticas, o bien sirven para preparar la penetración o son consideradas como rarezas. Si visionamos una película erótica para "entrar en calor" es algo bueno, pero si nuestro objetivo es simplemente contemplar, entonces somos algo extraños. Lo mismo ocurre con el erotismo oral o digital, si sirve para lograr una buena erección o una buena lubrificación, entonces está bien, pero si lo disfrutamos per se, tenemos "relaciones sexuales incompletas".
Somos como esos niños que sólo quieren comer pasta o hamburguesas. Evidentemente no vamos a sufrir las mismas consecuencias que ellos, porqué no va a afectar a nuestra salud física. Pero si padeceremos importantes efectos sobre nuestra salud erótica. Esta manía por reducirlo todo a una sola práctica limita nuestra imaginación y fantasía. No es de extrañar que se den cada vez más casos de disfunciones relacionadas con el aburrimiento, si siempre comiéramos caviar terminaríamos por odiarlo mucho antes de que nos produjera problemas físicos.

viernes, 30 de marzo de 2007

Crisis del modelo heterosexual

Vivimos un momento especial en el desarrollo de la sexualidad. El antiguo orden erótico ha caído pero aun no hemos eregido uno nuevo.
Ya no sirven los valores morales que intentaban limitar los contactos eróticos únicamente a la reproducción. Por un lado tenemos métodos anticonceptivos fiables, cuyo uso nos permite decidir si vamos o no a buscar un nuevo ser vivo. Por otro lado, las técnicas de reproducción asistida nos permiten engendrar un niño sin apenas contacto físico.
Esta situación amplia el aspecto lúdico del erotismo. Siempre hemos tenido esa posibilidad, pero debíamos correr el riesgo del embarazo. Ahora esta posibilidad ha desaparecido, salvo accidentes claro.
Pero el hombre es un animal de costumbres y la heterosexualidad, el mecanismo sociopolítico mediante el cual se encauzan las energías eróticas hacia el objetivo de asegurar la reproducción, ha entrado en crisis pero no ha caído. En este sentido nos parecemos a algunas culturas que tienen prohibidos ciertos alimentos, esa prohibición era lógica cuando se originó pero ahora resulta obsoleta.