domingo, 20 de mayo de 2007

No desearás la cocina del prójimo

Todo aquel que tenga un mínimo de cultura sabe que Charlton Heston subió al monte Sinaí y recibió las tablas de la ley del mismísimo Dios. Viendo al resultado a uno se le antoja que la conversación debió ir más o menos así:
Oh señor te ruego nos des una guía para mejor servirte.
¿Y no os podéis espabilar solitos?
Señor, si ti no somos nada.
Ah sí, pues os vais a enterar.
Fue entonces cuando el “Señor”, ante la pesadez de aquel hombre, decidió incluir dos reglas simplemente por fastidiar: “No cometerás actos impuros” y “no codiciarás la mujer del prójimo”.
Con estas dos sentencias se inauguró un largo periodo de persecución de los placeres eróticos. Los hombres continuaron cometiendo actos impuros y asaltando la mujer del prójimo en cuanto podían – en esa época la voluntad de la mujer era ignorada, se la asemejaba a la de un animal, muy bonito, pero un animal – pero, eso sí, con culpa y arrepentimiento.
De este pueblo, el judío, nos viene a nosotros la manía de convertir nuestras parejas en sospechosas a todas horas y a nosotros en auténticos policías eróticos. En lugar de disfrutar todos de las delicias del erotismo, nos dedicamos a vigilar posibles infidelidades, poniendo por delante impedir el disfrute del otro que el conseguir el propio.
Detrás de estas normas no había un dios cabreado y sádico -antes estaba haciendo una broma, por si no lo habéis notado – si no la necesidad de afianzar el poder patriarcal. Si algo no puede soportar un patriarca – en la palestina bíblica o en la España de la posmodernidad – es criar un hijo que no sea de su sangre. La madre está segura - nueve meses de gestación y los dolores del parto dan un cierto grado de conocimiento en esta materia-, pero el padre no puede estarlo nunca. Por esta razón se inventó todo ese rollo del adulterio. Es un pacto entre los varones, algo así como lo del chiste del punki y el dentista (no nos vamos a hacer daño).
Pero con la anticoncepción todo esto ha quedado anticuado. La fidelidad, o mejor dicho la exclusividad erótica, es una reliquia del pasado. Una reliquia que únicamente sirve para hacer infelices a mucha gente. ¿O es que encontraríamos razonable una norma según la cual, después de compartir la comida con una persona se nos considerara poco menos que alimañas si aceptáramos ir a comer a casa del vecino?
“No codiciarás la cocina del prójimo” podría ser esta mandamiento. Cruel donde los haya porqué deberíamos renunciar a experiencias muy agradables sin ningún tipo de justificación utilitaria, solamente porqué un día, a un dios cruel, se le ocurrió torturarnos con esta orden.

Comida y afectos

Actualmente se enseña sexualidad en las escuelas bajo el título de “educación afectivo-sexual”. Un título curioso donde los haya, porqué no existe nada similar respecto a otros aspectos de la vida. Por ejemplo: No se incluye en el programa una asignatura dedicada a los aspectos “afectivo-deportivos”, “afectivo-éticos”, “afectivo-históricos” o “afectivo-gastronómicos”.
El título de la asignatura nos da pistas sobre su contenido. A uno le da la impresión que se pretende formar a los alumnos en el arte de esperar muchísimo del sexo, muchísimo más de lo que este puede dar.
Esta manía de ligar erotismo y sentimientos de apego – porqué sentimientos hay de muchos tipos y ninguna actividad humana se ve libre de ellos – es una forma de promocionar una concepción ya superada. Superada por la tecnología reproductiva.
Antiguamente era muy importante crear lazos afectivos de apego entre dos personas de sexos diferentes porqué de su intercambio erótico podía nacer un niño. Y, como viene sucediendo hasta nuestros días, los niños son responsabilidad de los progenitores. Era pues una buena idea que sintieran cierto aprecio el uno por la otra. Bueno, en realidad se buscaba aprecio por parte de los hombres y sumisión dependiente por parte de las mujeres. Era una concepción sexista y androcéntrica, no debemos olvidalro.
Una vez desvinculado el erotismo de la reproducción, continuar insistiendo en esto es algo tan estúpido como reivindicar el mantenimiento de los lazos afectivos surgidos tras compartir un buen entrecot o una buena caldereta de pescado. El amor y el apego pueden surgir tras un intercambio erótico – yo diría tras varios-, como también puede surgir tras una buena conversación o por el contacto día a día.
Los adolescentes empiezan a tener sus primeros intercambios eróticos pensando en que necesariamente deben llevarlos a una relación amorosa. Bueno, aquí debería puntualizar: Las adolescentes son quienes confían en esto, los adolescentes buscan simplemente añadir muescas a su cinturón.
Educar a todos en esta concepción del erotismo a todos los adolescentes ya sería un grabe error y una fuente de frustración. Pero hacerlo, como se hace de forma diferente en función del género, es una monstruosidad. A los varones se les enseña a cambiar afecto por erotismo y las mujeres a cambiar erotismo por afecto. El resultado no puede ser otro que el desastre. Al final, con este programa educativo sólo se consigue mantener una relación de poder donde las mujeres salen siempre perdiendo.
Sería mucho más sencillo explicar a las nuevas generaciones que el Erotismo no da para más y que si quieren buscar apego deben explorar otras vías. Efectivamente el Erotismo no da para más, pero da para mucho. Se pueden pasar momentos maravillosos y se puede disfrutar en gran medida, como lo hacemos cuando degustamos un plato excelente. También se pueden tener malas experiencias, al igual que en la cocina.
Pero las experiencias eróticas, agradables o desagradables, no pueden condicionar nuestra vida. No podemos educar a los chicos en la búsqueda de una especie de Santo Grial y luego exclamarnos porque se frustran. Si les decimos que la primera experiencia erótica – táctil, porqué visual y auditiva ya la habrán tenido antes – será algo maravilloso que les llevará a establecer una relación indestructible para toda la vida, estamos poniendo las bases de una neurosis.
Por mucho que se empeñe el sistema educativo en conseguir que los adolescentes busque relaciones afectivo-sexuales, la realidad se impone tarde o temprano. Las relaciones eróticas son tan afectivas como lo son las gastronómicas, las laborales o las terapéuticas. La afectividad hacia una persona puede convertirse en amor – o no – pero no depende para nada de que haya nacido de una relación erótica. Esto, no sólo no se explica, sino que se da el argumento contrario. Un argumento que los medios de comunicación amplían y refuerzan continuamente.
Si un día una adolescente nos manifestara su frustración porqué una cena no se ha convertido en una relación amorosa, sin duda lo intentaríamos convencer de su error. Y no nos pasaría por la cabeza culpar a la otra persona de este problema. Sin embargo, cuando se trata de relaciones eróticas, además compadecernos de la persona la incitamos a despreciar a la otra y buscar el “verdadero amor”, a través de ser mucho más restrictiva. Así reforzamos la concepción mágica del erotismo y ponemos las bases de una frustración aun mayor.
No son las ganas de experimentar los adolescentes ni las consecuencias de la revolución sexual, el aumento de experiencias frustrantes entre los miembros de este colectivo, y de otros. Son los residuos de la antigua concepción de la sexualidad y su utilización puramente comercial los que están generando el nuevo “malestar erótico”.

jueves, 3 de mayo de 2007

Ni ayuno ni alimentación forzada

El ayuno, sea este forzoso o voluntario, es siempre un experiencia desagradable. Tanto si lo hacemos por cuestiones médicas, religiosas o políticas requiere un esfuerzo y, muchas veces pasarlo realmente mal.
Verse obligado a comer, cuando uno no tiene ganas, por quedar bien, es también una forma de pasar un mal rato.
Últimamente, en materia de Erotismo, hemos asistido a una oscilación pendular entre ambos extremos. A principios de los cincuenta se recomendaba el ayuno más estricto y los escarceos eróticos aceptables eran tan sólo aquellos que se daban con finalidades reproductoras. Muchas personas se lo saltaban pero esto les producía terribles problemas de conciencia, se sentían sucios y bajos, lo vivían como un vicio rastrero.
La llamada “Revolución Sexual” intentó liberar a las personas de este sentimiento de culpa, introduciendo el concepto de Erotismo lúdico. Se hizo hincapié en considerar las relaciones eróticas como un juego entre adultos consetidores, dejando atrás la concepción sagrada y muchos de los tabúes imperantes hasta entonces.
Durante este periodo y como subproducto de ese tiempo de cambios en las costumbres, empezó a aparecer el concepto “liberarse”. Esta era una actitud mediante la cual una persona, sobretodo mujer, se esforzaba para superar sus bloqueos y así conseguía disfrutar libremente de su sexualidad.
Pero lo que debía ser un razonamiento, una persuasión se convirtió en algo impuesto. Algunas mujeres se vieron forzadas, de forma indirecta, a realizar un determinado tipo de prácticas sin que les apeteciera, simplemente para parecer más progres. Todos los cambios revolucionarios tienen sus injusticias y esta fue una de ellas.
Sin embargo lo peor estaba por venir. Con la consolidación de los avances en permisividad se fue forjando una idea perversa de la “libertad erótica”. De prohibir todo tipo de intercambio y de considerar el Erotismo como un desagradable trámite por el que hombres y mujeres debían pasar para tener hijos, se pasó a considerarlo el “pegamento mágico” de la pareja.
Por todo el mundo, psicólogos, psiquiatras, sexólogos y terapeutas empezaron a promocionar el erotismo como “terapia para parejas”. Pasamos así de recomendar el ayuno para preservar el vínculo a casi recomendar la alimentación forzada con igual propósito.
Actualmente se promociona una especie de “sobrealimentación”. Se nos dice continuamente que para un buen funcionamiento de la pareja es imprescindible tenerla “bien harta de sexo” y convertirnos en unos buenos atletas sexuales siempre en disposición no sólo de satisfacer sino de estimular sus deseos.
Extraña libertad es esta que nos obliga a comer cuando no tenemos hambre simplemente para seguir una superstición, aquella que considera el sexo como la única forma de mantener el vínculo dentro de la pareja. No es de extrañar que pensando de esta manera, cuando uno de los dos no quiera o no desee más intercambio, pensemos en que la pareja se distancia y corramos al psicólogo para hacer terapia. O, directamente busquemos otra pareja.
Si a esto le añadimos una dieta monótona y obsesiva, donde el coito es el objetivo final de todos los encuentros eróticos, uno llega a pensar que era mejor la anterior situación en la que una pareja, llegado un día, simplemente perdía el apetito pero conservaba el cariño y la complicidad.
Pero volver a la situación anterior tampoco es un buen remedio. En mi modesta opinión deberíamos poder comer cuando nos apeteciera y en el restaurante y con las personas que quisiéramos. Ni forzar, ni tampoco prohibir, buscar la compañía, la complicidad, el cariño y el amor en otros aspectos de la persona, dejando los apetitos eróticos en el lugar que les corresponde. Sin sacralizarlos.