martes, 24 de febrero de 2009

Tacones cercanos

Desde hace unos años los tacones de los zapatos femeninos no han hecho más que crecer. Actrices, presentadoras y maniquíes alzan sus pies cada vez a más altura.
Como si de una nueva versión de la Carrera de armamentos se tratara compiten entre ellas por ir cada vez más lejos. Y, como todo este tipo de fenómenos, con un coste para su salud y su economía.
El talón en el zapato femenino estiliza la pierna, marca los gemelos y hace más atractiva a la mujer. Lanza además un mensaje, toda vestimenta lo hace, nos dice que su poseedora tiene suficientes ingresos como para permitirse ir con un calzado incómodo porque nunca va a necesitar caminar por la calle. Si se trata de la "señora de..." entonces está haciendo una ostentación vicaria, en nombre de su señor.
Los zapatos de tacón son muy sexis y combinados con unas medias de seda y un conjunto de lencería dan mucho juego. Pero sirven para eso, para jugar. Los escarceos eróticos no requieren, normalmente, grandes desplazamientos ni permanecer mucho tiempo de pie. No será ninguna tortura para nadie calzárselos.
El problema se plantea cuando una persona debe ir a trabajar con zapatos de tacón porque la empresa - audiovisual o no- le exige continuar pareciendo un objeto de decoración, por muy profesional y capacitada que ella sea. Fijémonos en cualquier programa de televisión, desde uno de sobremesa a una gala, las mujeres - sobre todo la presentadora - calzan zapatos de tacón mientras que los hombres llevan cómodos zapatos planos.
El tacón de esos zapatos es cada vez más alto. Diseñadores de todo el mundo compiten en buscar la mayor incomodidad posible al pie femenino. El más grotesco de estos episodios ocurrió la semana pasada cuando en un famoso "zapatero" decidió vestir el pie de las maniquíes con tacones de quince centímetros. Las chicas a penas conseguían mantener el equilibrio, sus tobillos se torcían y algunas caían al suelo. Finalmente, en un ataque se sentido común, decidieron terminar el desfile descalzas.
Lamentablemente no cundirá el ejemplo. Ojala ocurriera como en ese magnífico cuento de Nulia López Salamero y Myriam Cameros Sierra, La cenicienta que no quería comer perdices. En un momento determinado la protagonista decide no calzar más los zapatitos de cristal y liberar sus pies de la intensa tortura. Es necesario poner un poco de sentido común parar esta escalada cuyas consecuencias van a notarse dentro de treinta o cuarenta años, cuando estas mujeres terminen en la mesa de operaciones con sus vértebras machacadas. Como dice el cuento en una de las frases más logradas: "¡No si aquí no se practica la ablación porque no saben ni donde cortar!